Cuando piensas que podría ir todo mejor, cuando la sonrisa se provoca sola sin necesidad de ninguna otra. Cuando tienes la fuerza suficiente para levantarte cada día y pensar y creerte y saber que eres una persona maravillosa. Que muchos quisieran ser como tú. Que esto no suena egoísta, solo es la necesidad de quererse un poco más. Entonces, llega el día. Cuando pierdes la total noción del tiempo pensando en cosas absurdas que querrías que desapareciesen hacía siglos. Cuando la sonrisa ahora se fuerza, y necesitas de algo para sostenerte. Cuando adquieres la capacidad de llorar hasta quedarte dormido. Cuando tus manos están heladas, porque han estado sumergidas en las aguas frías de los recuerdos. Cuando pierdes la fuerza, decaes, miras hacia atrás, lo añoras, lo necesitas. Cuando empiezas a sentirte débil. Cuando odias sentirte así. Porque recuerdas que has vuelto a recaer en el recuerdo que un día dijiste, juraste y por todos tus medios decidiste que no volvería a ocurrir. Cuando sientes que te has defraudado a ti mismo, porque la necesidad de que reaparezca una sonrisa, la fuerza y la sensación satisfactoria de hacerte saber que eres increíble reside en una persona. Cuando tu felicidad depende de si hoy vas a estar bien por él o por ti.
Y entonces, no obstante, recuerdas quien eres, recuerdas que tu naturaleza no es ser débil. Que no le necesitas tanto como él no te necesita a ti. Aunque decaigas, te levantes y vuelvas a sentirte fuerte.
Es ese momento cuando estarás avanzando.