No sólo puedo pensar en todas las noches que me dormía sola, sino también en las horas que pasaba leyendo historias de amor, en todas ellas expresaban como enamorarse podía provocar actos inimaginables que solo por amor hacías, a la vez que las caricias de las sábanas se mecían en mi vientre, recorrían mi espalda y daban a mis pies. Hasta que te encontré y ocultaba la forma de amarte, la forma de mirarte y de escucharte. Esperaba firme a que salieses de aquella puerta y pudiera contemplarte. Tus aires de seguridad me asombraron a la vez que tus ojos azules se tapaban con unas memorables clásicas Ray-ban. Luego, abrías la puerta de tu coche, entrabas, me mirabas de lado, serio, arrancabas el motor y sonreías a la vez que te largabas sin despedirse tan solo con una sonrisa. Al día siguiente me hacías reír, me hacías creer que era especial. Aunque tus ojos decían te quiero, tus labios decían bésame. Entonces cuando pensaba que nunca lo harías, empezaste a mirarme a los ojos con ternura a rozar mis labios con tus yemas, a apartar mi pelo para al fin probar mis labios, probar los tuyos. Dejé por un momento de besarte, pero tu no me diste tiempo a pronunciar si quiera una palabra para poder decirte que te amaba, pusiste tu dedo en mis labios y me dijiste, siempre con dulzura; “Cállate y bésame”.
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