Mirabas dentro de la pequeña ventana escondida en tu habitación, al frente de ella se distinguía lo que veías. Justamente donde debía de estar él, estaba, tú ya lo sabías, y te encantaba saberlo y acertar cuando podrías observarlo. A lo lejos, sin molestar ni que el más mínimo pájaro se inmutase de tu presencia, allí estabas, sola. Solo mantenías la vista fija, en un punto de él: su cuello. Saboreabas y deleitabas en so color cuando se giraba y ahí estaba, podías apreciar los matices vivos en el color azul, destacando los reflejos que lo hacían más vivo aún. Y fuera como fuere seguías observándolo. Ahora distinguías el color negro de cada letra escrita en su piel, enmarcada como en un cuadro. Esas letras formaban no más, que un nombre y no uno cualquiera, el cual conocías. Era tu nombre, y la golondrina con matices azules que volaba en las letras se reflejaba en ti. Tú eras su golondrina. Solo que él, aún no lo sabía.