19 octubre, 2012

Golondrina.

Mirabas dentro de la pequeña ventana escondida en tu habitación, al frente de ella se distinguía lo que veías. Justamente donde debía de estar él, estaba, tú ya lo sabías, y te encantaba saberlo y acertar cuando podrías observarlo. A lo lejos, sin molestar ni que el más mínimo pájaro se inmutase de tu presencia, allí estabas, sola. Solo mantenías la vista fija, en un punto de él: su cuello. Saboreabas y deleitabas en so color cuando se giraba y ahí estaba, podías apreciar los matices vivos en el color azul, destacando los reflejos que lo hacían más vivo aún. Y fuera como fuere seguías observándolo. Ahora distinguías el color negro de cada letra escrita en su piel, enmarcada como en un cuadro. Esas letras formaban no más, que un nombre y no uno cualquiera, el cual conocías. Era tu nombre, y la golondrina con matices azules que volaba en las letras se reflejaba en ti. Tú eras su golondrina. Solo que él, aún no lo sabía.

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