21 noviembre, 2011

Me enamoraste.

Supongo que nunca entenderé la verdadera razón por la cual me encantaba mirar sus ojos, sí, ese pequeño hoyuelo que se le formaba cuando sonreía. Esa sonrisa que se le creaba cuando me veía. Y me contagiaba. Me hacía feliz. Me sentía viva, sentía que el mundo se paraba, que no avanzaba. Los dos parados en el tiempo, miradas que me mataban, que me hacían darme cuenta de lo mucho que lloraría después. Por él. Por nunca poderlo tener. Por esa pequeña coincidencia que nos unió. Por ese día que recuerdo con sus más mínimos detalles. Simplemente la perfección se hizo realidad. Pero al poco se fue creando algo melancólico en mí. Quizá el simple echo de nunca probar el sabor que tanto ansiaba, el de sus labios. Esos labios que me saludaban, esos mismos que me hacían sentirme especial. Y ahora lo recuerdo todo, recuerdo el dolor que sentí cuando le veía compartir sus risas con otras. Con otras que no fueran yo. Afortunadas serían, pensé yo. Es tan estúpido que me duele, me duele el recuerdo de la primera vez que me abrazó. Sentir el calor que irradiaba hacía que mis mejillas tomaran un distinto color, uno más sonrosado. Pero me sentía eufórica, porque mi corazón me delataba. Mil pulsaciones por minuto, cada latido en mis oídos. Cuando hundió su cabeza en mi pelo. Y sentí su respiración. Tan juntos, pero tan lejos. Luego me miró, me miró con los mismos ojos de la primera vez que me vio. Esos que no entendía, que no podía describir. Porque eran distintos, eran indescifrables. Después de ese abrazo, todo se volvió más confuso. Pero a la vez más encantador, y luego esa misma sensación de estar los dos solos en el mundo, esa música de fondo de un cercano violinista. Su cara, sus labios, esos labios que se abrían y se acercaban al mismo tiempo. Pero, ¿A dónde?. Y los sentí, los sentí rozar mis labios, los míos. Poco a poco me besaba y me gustaba. Sentía mi estómago revuelto, cientas de mariposas ahora me inundaban. A la vez que él, cerré los ojos. Y ese momento se volvió mágico y eterno. Porque desde aquel momento supe, lo que mi corazón sentía, lo que su corazón sentía. El mismo lugar, la misma hora. Ese fue el día en que nuestras almas se abatieron para encontrarse.

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