Al posar mi mejilla en su hombro, sentí su calor. No lo podía ver, pero sé que sonreía. Me atrajo hacia él, y me envolvió en un hermoso abrazo al que no pude renunciar, simplemente necesitaba ese momento. Era tan sumamente irónica que gemí al sentir sus manos en mi espalda. Mis ojos estaban llorosos, y ahora lágrimas caían por mi mejilla, se separó de mí para mirarme un momento y sus ojos mostraban preocupación por mi. Dulcemente me limpió las lágrimas rebosantes de sal y me cogió la barbilla, diciéndome en un suave susurro - Te quiero - Sonreí, sonreí mucho y le cogí la cara con ambas manos, acariciándole a la vez ese pequeño hoyuelo que se le formaba y a la vez le delataba de que ahora sus labios formaban una hermosa sonrisa. Una sonrisa creada para mí. Y al fin pude decirle - Cariño, yo no te quiero.. - Sus labios ahora estaban serios, pero yo sonreía como antes, con dulzura. Pasé mis labios en los suyos, no besándolos, rozándolos, y sintiéndolos. Le miré de nuevo a esos hermosos ojos, los que me miraban ahora, preocupados quizás. Y terminé mi frase que tanto ansiaba - Yo te amo - Sin sonreír aún me hundió en un fuerte abrazo, pero lleno de ternura y amor. En un simple susurro, hizo que mi mundo se tambalease. - Moriría por tí, y renacería para volver a estar juntos, toda la vida - Me miró a los ojos - Desde el principio - No dijo nada más, ahora nuestros labios se hundían en un profundo beso, uno de esos que te llenan, que llenan toda la amargura y rabia que tenías. Un beso verdadero, de la persona con quién pasarás el resto de tu vida. Esa quien te cuidará, te sonreirá en los momentos más difíciles y te amará toda la vida.
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